A principios del siglo XX la plaza de Galicia era el principal acceso a la ciudad de Santiago de Compostela. Con la llegada de viajeros y la afluencia de comerciantes fueron apareciendo en esa época numerosos hoteles, fondas y cafés que convirtieron a esta plaza en el punto de encuentro de las dos partes de la ciudad. Durante esos años de desarrollo de la plaza se construyó un edificio modernista en 1926 para que funcionase como Estación de Autobuses, y en él se asentó la empresa de transportes Castromil.
Esta empresa había sido fundada por Evaristo Castromil Otero (1876-1969) en 1917. Ese año compró seis autocares Saurer, llegados de Alemania, para prestar los primeros servicios motorizados de transporte de viajeros en Galicia, que jubilaron las antiguas carriladas: su primera línea, Santiago-Pontevedra, duraba 2 horas y costaba 7,60 pesetas.
Esta empresa es también un símbolo del transporte gallego, pues cada autocar tiene un nombre de algún gallego ilustre y fue la primera que vertebró el territorio, tanto que Castromil es sinónimo de autobús en casi toda Galicia. En su época de expansión, durante los años 20, se decidió establecer la empresa en el nuevo edificio modernista de la Plaza de Galicia de Santiago, que desde entonces se conoció por Edificio Castromil.
Este edificio era una joya de la arquitectura moderna, símbolo del modernismo en Galicia. Fue diseñado por el arquitecto coruñés Rafael González Villar, autor de otros inmuebles tan característicos como el Kiosko Alfonso, Villa Companioni y Villa Molina en A Coruña, la casa Núñez de Betanzos o el Sanatorio Antituberculoso de Cesuras (actualmente en ruinas).
Hoy día este edificio competiría con la Catedral por ser el centro arquitectónico de la ciudad, pero en 1973 el ayuntamiento decidió demolerlo para construir un parking. El Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia intentó conservarlo presentando un proyecto para la construcción del parking sin tirar el edificio: proponían construir el aparcamiento subterráneo alrededor del edificio, respetando sus cimientos. También se intentó declarar el edificio monumento histórico-artístico, pero la Comisión Provincial de Bellas Artes se opuso. Estos esfuerzos de poco sirvieron, pues el edificio fue demolido y actualmente su lugar lo ocupa un parque vacío y una oficina de turismo poco visitada.
Aún hoy los santiagueses recuerdan el edificio y lamentan la gran pérdida que supuso su demolición, sobre todo cuando ven la alternativa que existe hoy en día en su lugar.
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